El actual escenario educativo de nuestro país es extremadamente complejo, lo cual lo hace muy desafiante. Si bien, lo inesperado de la pandemia y por lo tanto, lo poco preparado del sistema educativo en su totalidad ha generado mucho desgaste y estrés en docentes, estudiantes y apoderados en estos meses, también es cierto que hay puertas que se abren de cara al futuro, las cuales resultan ser muy interesantes y necesarias.
Ciertamente el proceso de enseñanza-aprendizaje no funciona de la misma manera cuando se está presencial que en un contexto remoto, pero el piso mínimo es que los estudiantes cuenten con infraestructura y medios, tanto de dispositivos como de conectividad. En ese sentido, sin duda se pudo haber ido más rápido permitiendo por parte del Mineduc, el uso de fondos para equipar a los estudiantes, cosa que se hizo recién hace poco tiempo o también, haber establecido alianzas con empresas de telecomunicaciones para facilitar el acceso. Recién hacia 2021 un porcentaje importante de los alumnos podrá tener acceso a conectividad con un dispositivo.
El otro aspecto imprescindible para lograr buenos aprendizajes en formato remoto, es la metodología a utilizar y eso implica cambios de práctica profundos a nivel de los docentes, entregando cuotas de autonomía a los estudiantes para que experimenten, ejerciten, investiguen y desarrollen habilidades en casa de manera más personalizada y a su ritmo, dejando los momentos colectivos, presenciales o remotos, para fijar conceptos, avanzar en contenidos o resolver dudas.
Es esperable que aún cuando la ansiada vacuna nos permita volver a clases presenciales de manera masiva durante el próximo año, el formato no presencial o híbrido gane un espacio del tiempo y del currículum por los variados beneficios que presenta ampliando el abanico de posibilidades de acercamiento al aprendizaje personalizado y en uso del tiempo.
El valor de la clase presencial no tiene discusión, en relación al aprendizaje y en la socialización, pero es probable que de otorgar libertad y autonomía a los procesos, la irrupción de las tecnologías en educación –una vez que sean masivas y de uso democrático- contribuyan al desarrollo de generaciones más empoderadas y creativas, que deban resolver situaciones íntegras por sí mismos demandando situaciones de aprendizaje cada vez más novedosas y desafiantes. Esto no quiere decir que el profesor pierda sentido, sino que se transforma en una guía. La autonomía del estudiante es un punto vital que, junto al acceso a conectividad y tecnología, nos hace pensar en una reestructura a gran escala del sistema escolar nacional.
Columna redactada por Sebastián Miranda, gerente general de Efecto Educativo. Conoce más información en la sección de Zoom Tecnológico.